28 Agosto 2013 III
Esta tarde ha pasado una de las cosas más dolorosas que le puede pasar al alma de una persona. Que la juzguen, que la traten, y que la excluyan por el simple hecho de ir con otra. Está más que claro que el dicho "dime con quien andas y te diré quien eres", no siempre es acertado. Este es uno de esos casos.
Dar por hecho que una persona, por el mero hecho de ir con otra, o con un grupo, no tiene ni personalidad, ni capacidad de decisión propia, y que se guía por lo que le dicen, además de ofender, agraviar, y menospreciar a esa persona, desde mi punto de vista es poco más o menos que ser un (con perdón) puto racista de miras cortas.
Discriminar a la gente porqué eres la pareja de tal, o eres el mejor amigo de cual, o te llevas bien con Pascual, es una sociopatía grave. Y eso pasa. Ha pasado esta tarde. ¿Pero sabéis qué? Lo ha hecho alguien con un cierto poder, y desde una posición en la que este tipo de actos o pensamientos no se pueden consentir. Llevando un emblema, el que sea, auspiciado bajo la carta de los derechos humanos, la constitución española, y otros, el hecho de discriminación por razón de pensamiento, religión, raza, sexo, o asociación legítima, además de ser un acto punitivo que conlleva penas administrativas y, o penales según lo dictamine el juez, debería incapacitar para el ejercicio de ciertas labores y más cuando estas estan relacionadas con la sociedad. Pero no se yo quien levante el dedo acusador. Bastante grande debe ser la losa que lleva esa persona para actuar de esa manera. Es una pena que por personas así, haya otras que paguen las consecuencias de sus actos.
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